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¡Bienvenidos! Sobre las memorias como literatura anecdótica.

Termino de leer el segundo tomo de las memorias de Gore Vidal titulado “Navegación a la vista”. El libro me gustó, lo cual no es muy usual, el género en realidad me parece de lo más aburrido cuando el autor se dedica a escribir sobre lo mucho que recuerda y, claro, su lectura tiene un efecto aún más sedante cuando descubrimos lo mucho que se le olvida contar. Pero Vidal escribe sus memorias a manera de un compendio de artículos deliciosamente perversos, Vidal tan “bitchy” como siempre nos cuenta intimidades y anécdotas de los demócratas y los republicanos, de Tennessee Williams y de Monroe, del asesinato de Kennedy y de otras cosillas que logran dibujar en mi rostro la sonrisa maldita que, estoy seguro, Vidal a veces ni espera lograr. Así es esto de la maledicencia, los hombres más inteligentes, si son malos, son también los más interesantes.

     Cuando la persona es mala en verdad que vale la pena enterarnos sobre lo que ocurrió en su vida, leyéndole quizá podamos ser, también, un poco más malos. En estos días todos están tan enfocados en hablar sobre la bondad que terminan por no creer en nada de cuánto dicen pero leyendo a un maldito uno se da cuenta que el bien hace mucho dejó de ser interesante. Y es que; en general, la vida de los escritores y de casi todos los artistas es tan tremendamente tediosa que la idea de que escriban un poco acerca de cómo ha sido ese camino monótono me causa desagrado; además de que, en realidad, no es necesario conocer la vida del escritor para conocer su obra solo que en estos días de entrevistas y fotografías en la contraportada de los libros hemos llegado a pensar que conociendo un poco más del artista sabremos por esa razón un poco más de su trabajo ¡Vaya ridiculez!

     Pero algunos creadores llevan vidas a la par de artísticas que sus trabajos. A ellos vale la pena leerles. El género memorilístico es el género de la anécdota y, cuando la vida del autor coincide con un período histórico turbulento, es también el género del testimonio.

I

Memorias de sangre y semen.

     Algunas obras están escritas tan bien que se antojan narrativa de ficción, como ejemplo tenemos gran parte de la obra de Fernando Vallejo. El primero de sus libros que llegó a mí fue “La Virgen de los Sicarios”, de hecho, fui a buscarlo a librerías Gandhi después de ver la película hace ya no sé cuántos años. La historia que ahí se narra de la ciudad de Medellín como páramo infernal, de los asesinatos entre sicarios adolescentes, del joven Alexis y el igual de joven y bello Wilmar y al final de Vallejo abandonando la  ciudad que alguna vez fue un lugar digno de su infancia te deja con una erección en los pantalones que no sabes si es por el semen que derraman sus páginas o por la sangre que mana igualmente. Luego vinieron “El desbarrancadero”, una historia del hermano de Vallejo, Darío, y de su lucha contra el SIDA; “La rambla paralela”, que puede resumirse como la despedida anticipada de Vallejo de este puñetero mundo y otros títulos como “Mi hermano el alcalde” y todas las obras que integran el compendio “El río del tiempo”. En realidad no los leí en estricto orden de publicación pero la conclusión es la misma: la vida de Vallejo es la vida de un hombre maldito que padece de su genialidad en un mundo saturado de gonorreas.

II

Testimonios de guerra.

     El testimonio histórico, quiero decir, el documental histórico puede mezclarse perfectamente con la narración del fluir de una vida. Como resultado tenemos la historia a flor de piel: desgastante, con su filo agudo desgarrándonos las venas, exigiendo el tributo de sangre a que todo buen libro tiene derecho.

     “El juramento” del médico Khassan Baiev nos deja oler el aroma de la tierra de Chechenia, con sus muertos de extremidades amputadas y los ejércitos de la madre Rusia pisoteando la humanidad de los sobrevivientes. “Cisnes salvajes” de Jung Chang, la historia de tres generaciones de mujeres y su lucha contra la China, primero nacionalista y corrupta, y después roja y policiaca. Las memorias de Simone de Beauvoir y su trayecto… ¿existencialista? Delatándonos, disfrazándolo de novela (“Los mandarines”), los pormenores de la comunidad intelectual durante la ocupación nazi en Francia.

III

Alucinógenos.

     También tenemos las memorias extrañas. Vidas difíciles de creer; me viene a la mente “La Rueda de la Vida” de la tanatóloga Elizabeth Kübler Ross y sus historias de médiums o Carlos Castaneda  y su testimonio de peyote y chamanes.

    Pero el hecho de que un vulgar crítico, como el que esto escribe, se vea obligado a permanecer escéptico aunque la Virgen le esté hablando no significa que no sean libros que al cerrarse dejen de provocar comentarios al estilo ¡puta madre, me muero de la envidia!

IV

Mezclar es bueno, y no se trata de Smirnoff.

     En literatura todo se mezcla, es difícil que un género permanezca puro, de hecho es difícil encontrar puritanos entre los escritores, bueno, al menos en cuestiones literarias. Así pues hay memorias que se hacen pasar por epístolas como “La carta desde la cárcel de Reading” de Óscar Wilde o por artículos como los compendios literarios de Gabriel Zaid o los ensayos sobre crítica de arte reunidos en “El Arte y los Monstruos” del pintor Fernando Leal; las entrevistas como las hechas por Enrique Krauze a Octavio Paz o las crónicas de Monsiváis dentro de  un par de décadas serán un legado memorialístico difícil de igualar. 

V

¿Alguien recordará este ensayito cuando escriba sus memorias?

Ger JM

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